Falibilidad De Los Conceptos Humanos |

Falibilidad De Los Conceptos Humanos

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El mal falsifica al bien. Dice: “Yo soy la Verdad”, aunque es una mentira; dice: “Yo soy el Amor” — pero el Amor es espiritual, y el amor sensual es material, por tanto es odio en lugar de Amor; pues los cinco sentidos dan a los mortales dolor, enfermedad, pecado y muerte — placer que es falso, vida que conduce a la muerte, alegría que se convierte en pesar. El amor que no produce felicidad, se declara antípoda del Amor; y el Amor divino castiga los goces de este falso sentido de amor, depura sus afectos, los purifica y los guía por cauces opuestos.

La vida material es el antípoda de la vida espiritual; se burla de la dicha del ser espiritual; carece de permanencia y paz. Cuando el sentido humano es despertado para que perciba acertadamente el error — el error de contemplar la Vida, la Verdad y el Amor como materiales y no espirituales, o como materiales a la vez que espirituales — entonces puede discernir por primera vez la Ciencia del bien. Mas primero tendrá que ver el error de su presente curso erróneo para poder ver los hechos de la Verdad fuera del error; y, vice-versa, cuando descubre la verdad, esto expone el error y vivifica el conocimiento verdadero acerca de Dios, el bien. Quieran las sombras humanas del pensamiento alargarse al acercarse a la luz, hasta perderse en ella, ¡y no haya allí noche!

En la Ciencia, la enfermedad es sanada sobre el mismo Principio y mediante la misma regla con que es sanado el pecado. Conocer la supuesta creencia física del paciente así como lo que pretende haberla producido, capacita al practicista para trabajar con más comprensión en la destrucción de esta creencia. Igual ocurre con la curación de la enfermedad moral; la operación mental maliciosa tiene que comprenderse para capacitarle a uno a destruir esa operación y sus efectos. En el pensamiento humano no existe suficiente poder espiritual para sanar al enfermo o al pecador. Sólo mediante las energías divinas debe uno o salir de sí mismo y entrar en Dios tan profundamente que la consciencia de uno sea el reflejo de la divina, o debe, por medio de argumentos y del conocimiento humano del mal y del bien, vencer el mal.

La única diferencia entre la curación del pecado y la curación de la enfermedad es que el pecado debe ser descubierto antes de que pueda ser destruido, y el sentido moral despertado para que rechace el sentido del error; mientras que la enfermedad debe cubrirse con el velo de la armonía, para que la consciencia pueda regocijarse en la comprensión de que no tiene nada de qué lamentarse, sino algo que olvidar. Los conceptos humanos van de un extremo al otro; son como la acción de la enfermedad, que es, o bien un exceso de acción o de insuficiente acción; son falibles; no son ni normas ni modelos.

Si alguien me pregunta: ¿Es correcto el concepto que tengo acerca de usted? le respondo: El concepto humano es siempre imperfecto; desista del concepto humano que tiene usted acerca de mí, o de cualquier otra persona, y encuentre el divino, y tendrá el concepto correcto — y no antes. La gente repara demasiado en mí, mas de una manera equivocada y falible, que representa a uno erróneamente, por malicia o por ignorancia.

Mi hermano era fabricante; y un día, un obrero que trabajaba en uno de sus molinos y que solía hacer bromas pesadas, al presentarse un hombre a solicitar trabajo, en ausencia del capataz, lo puso a echar un balde de agua sobre el regulador de arranque cada diez minutos. Cuando regresó mi hermano, al ver lo que ocurría, le dijo al bromista: “Usted tiene que pagarle a este hombre”. Algunas personas tratan de cuidar de la gente como si tuvieran que dirigir el regulador de la humanidad. Dios nos obliga a pagar por intervenir en la actividad que Él ajusta.

El regulador está gobernado por el principio que hace que la maquinaria funcione correctamente; y puesto que está así gobernado, la insensatez de cuidarlo no es cuestión de una simple broma. El Principio divino mantiene Su armonía.

Ahora bien, volveos de la metáfora del molino a los cuatro mil hijos de la Madre, la mayoría de los cuales, a eso de los tres años de edad científica, ponen casa por sí solos. Ciertos alumnos, demasiado interesados en sí mismos para pensar en ayudar a otros, se van cada cual por su camino. No aman a la Madre, mas fingen amarla; acuden continuamente a ella en busca de ayuda, interrumpen la armonía del hogar, la critican y desobedecen; luego “vuelven a su vómito” — a adorar lo mundano, a la búsqueda de placer, y a los deleites de los sentidos — afirmando al mismo tiempo que ellos “¡jamás desobedecen a la Madre!” Esto excede mi concepto de la naturaleza humana. ¡El pecado en su naturaleza misma es asombroso! ¿Quién sino un idiota moral, confiado en el éxito del pecado, puede robar y mentir y mentir, y conducir al inocente a la ruina? La historia necesita, y tiene, la grandeza de los Científicos Cristianos leales, desinteresados y fieles para preponderar sobre esta cosa inmunda.

Cuando el amor de la Madre ya no puede promover la paz en la familia, la sabiduría no es “justificada por sus hijos”. Cuando se da preferencia a la razón depravada sobre la revelación, al error sobre la Verdad, y al mal sobre el bien, y lo sensorio aparenta ser más sólido que el Alma, los hijos están cuidando del regulador; están ciertamente perdiendo el conocimiento del Principio divino y las reglas de la Ciencia Cristiana, cuyos frutos prueban la naturaleza de su origen. Un poco más de gracia, un móvil purificado, unas pocas verdades dichas con ternura, un corazón más suave, un carácter subyugado, una vida consagrada, restaurarían la acción correcta del mecanismo mental, y revelarían el movimiento de cuerpo y alma en consonancia con Dios.

En lugar de confiar en el Principio de todo lo que realmente existe — para que gobierne Su propia creación — la vanagloria, la ignorancia y el orgullo quisieran regular la actividad de Dios. La experiencia demuestra que la humildad es el primer paso en la Ciencia Cristiana, en donde todo es gobernado, no por el hombre o leyes materiales, sino por la sabiduría, la Verdad y el Amor.

Al águila ve, que en el sol su mira pone,
y se hace de fuerzas cuando su vuelo dispone,
y que al remontarse, más libre descansa
que el genio envanecido por mundana esperanza.

Ni lágrima la empaña, ni pierde su altura,
al ver a la alondra en verde espesura —
cuando se remonta y en lo alto anida,
no hay visión más feliz que el sueño que abriga.